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EDUCAR PARA LA FANTASÍA


Velada o abiertamente los adultos casi siempre nos quejamos de que “no nos dejaron ser”, miramos el mundo de la seriedad, de la responsabilidad y del deber como desde detrás de los barrotes de una gran prisión.

Sólo nos queda el eficaz recurso de los gratos recuerdos y de la nostalgia, porque siempre seremos dueños de todos los encantos secretos que encerró nuestra infancia. Rainer María Rilke lo precisó al decir: “La única patria del hombre son sus recuerdos”; y Fernando Savater, en su cautivante conflicto contra todo poder y toda bandería, indaga desoladamente por la posibilidad de recuperar la infancia. Pero rescatar ese tiempo luminoso de nuestra niñez no convoca a la resignación ni a la pérdida de las esperanzas. Todo lo contrario, se trataría de retomar las sendas que fueron obstruidas y vedadas por la educación y el orden, porque padres y maestros, sistemáticamente, desmantelaron el inmenso territorio de la imaginación infantil, de acuerdo con los postulados de pedagogías alienantes.

Gracias a Freud sabemos que caminamos entre el placer y el miedo y que en sociedades como la nuestra el miedo gana, porque su furia está comprometida con la afirmación del llamado principio de la realidad, cuya misión consiste en detener los sueños e impedir las veleidades del juego y los afectos, haciendo prevalecer una razón instrumental centrada en el círculo infernal de la productividad y el consumismo. Esta tarea de inexorable destrucción del universo lúdico ha de erradicarse fomentando una educación que no fragmente al hombre.

Sin abandonar a la razón, debemos educar en la ternura desde la más temprana infancia, en las dimensiones ética y estética y en las plurales posibilidades de la fantasía.

Julio César Carrión Castro;

Maestro de Colombia.

Pintura del texto,

por varios artistas,

La imaginación.


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